Las tribulaciones boricuas de Melchor, Gaspar y Baltasar
Eran las 5 de la mañana del 5 de enero cuando Melchor, Gaspar y Baltasar despegaban una vez más desde Oriente en sus camellos cargados de juguetes. Como cada año, iniciaban con gran ilusión su viaje hacia Belén para luego dirigirse a repartir alegría en Puerto Rico por el Día de Reyes.
Los tres reyes magos sobrevolaron el Mediterráneo contando chistes y recordando anécdotas de sus repartos de años anteriores en la Isla del Encanto. Entre carcajadas, Melchor dijo:
-Ay compadres, ya me imaginaba que este año también nos tocaría lidiar con el mal estado de las carreteras de Puerto Rico. Esos huecos son peor que cráteres lunares. El año pasado por poco tiro a Baltasar de su camello cuando cayó en uno.
Todos rieron, aunque sabían que era una realidad a la que se enfrentarían dentro de poco. Luego de unas horas, divisaron tierra: ya habían llegado a Belén. Rápidamente le entregaron al Niño Dios sus ofrendas y aprovecharon para tomarse unos tragos de coquito para agarrar energía antes de partir.
A media noche reiniciaron el recorrido. En cuestión de horas avistaron la Isla del Encanto. Pero al acercarse a la costa norte para iniciar el reparto, se llevaron una sorpresa. ¡Gracias a LUMA, un apagón masivo cubría esa zona! Tras varias vueltas lograron identificar un pequeño pueblo en Hatillo donde aún habían luces. Decidieron aterrizar allí.
El lugar estaba que hervía. Faltaban apenas minutos para la medianoche cuando llegarían los Reyes Magos según la tradición. A medida que descendían los tres reyes en sus camellos por la calle principal del pueblo repartiendo regalos, la multitud los vitoreaba eufórica.
Pero de pronto, se hizo un silencio sepulcral. Melchor se había caído de su montura al pisar mal por una acera en pésimas condiciones. Todos corrieron angustiados a auxiliarlo, temiendo lo peor. ¡Menos mal que sólo sufrió raspones!
Tras el susto, la algarabía popular continuó. Pero los magos querían evitar otro accidente en ese pueblo sin alumbrado, así que decidieron proseguir el recorrido. Por desgracia, el resto de los pueblos en la zona norte también estaban a oscuras por el apagón.
Tras volar durante varias horas repartiendo regalos en pueblitos iluminados de otras regiones, ya casi amanecía, por lo que los Reyes Magos decidieron tomarse un descanso. Encontraron un hermoso claro en El Yunque donde aterrizar. Ahí encendieron una fogata, sacaron el coquito que les quedaba y se pusieron a cocinar unos bacalaítos que compraron en Guavate, mientras contemplaban el amanecer tras la majestuosa Cordillera Central.
De pronto, un temblor sacudió el lugar tan fuerte que los hizo caer de los troncos donde estaban sentados. Los camellos se espantaron y echaron a correr cuesta abajo, regando todos los juguetes por la pradera. Los magos corrieron tras las bestias tratando de calmarlas entre traspiés, mientras seguían las réplicas del terremoto.
Una media hora después, cuando el estruendo cesó, pudieron reunir a los camellos y recoger los regalos. Pero al tratar de despegar de nuevo, uno de los camellos cojeaba de una pata trasera. Temiendo que estuviera rota, Baltasar ofreció su capa para hacerle un cabestrillo de emergencia.
Tras inmovilizar la pata del pobre animal, pudieron al fin retomar la marcha, aunque decidieron dejar el camello herido al cuidado de unos amigos en Ponce antes de seguir repartiendo los juguetes que quedaban. Para su alivio, el resto de la Isla tenía electricidad, así que les resultó más fácil terminar las entregas puerta por puerta.
Ya en la tarde, exhaustos pero felices de haber podido llevar alegría a los niños puertorriqueños un año más, los tres Reyes Magos regresaron por el camello, se despidieron de sus amigos en Ponce, y emprendieron de vuelta su travesía hacia Oriente, recordando entre risas todas sus aventuras y desventuras en su tradicional recorrido por la Isla del Encanto. Con sus victorias y tropiezos, el reparto de cada Día de Reyes en esta bendita isla era siempre toda una epopeya.